miércoles, 14 de noviembre de 2018

SALOMÓN | El Pacifico


SALOMÓN| El Pacifico



Hijo de David con Betsabé (2 S. 12:24; 1 Cr. 3:5; Ant. 7:14, 2); nacido en Jerusalén. David, advertido que bajo su sucesor habría un reinado de paz, le dio el nombre de Salomón, «pacífico» (1 Cr. 22:9). El profeta Natán le dio el nombre de Jedidías, «amado de Jehová» (2 S. 12:25). Cuando David envejeció y se debilitó, Adonías, uno de sus hijos nacidos en Hebrón, y probablemente el mayor después de la muerte de Amón y de Absalón, intentó usurpar el trono.

El profeta Natán, ayudado por el sumo sacerdote Sadoc y por Benaía, el jefe de la guardia, y con el apoyo de la guardia personal de David, desarticularon esta conspiración, y Salomón fue proclamado rey (1 R. 1:5-40), poco después de lo cual murió David. Salomón inició su reinado alrededor del año 970 a. C. Tendría entonces unos 20 años. Obedeciendo las últimas recomendaciones de su padre, depuso a Abiatar del sumo sacerdocio, e hizo ejecutar a Simei por desobedecer la orden de permanecer en Jerusalén. Ante una nueva pretensión de Adonías, Salomón lo hizo ejecutar, lo mismo que a Joab, también implicado en este asunto (1 R. 2:1-46).

Salomón contrajo matrimonio con la hija del rey de Egipto, y la llevó a Jerusalén (1 R. 3:1). Después que el Señor hubiera abandonado Silo, el culto no había sido restaurado. El Tabernáculo se hallaba en Gabaón, y el arca del pacto en Jerusalén. Menospreciando la orden de la Ley, el pueblo había erigido altares en los lugares altos. Salomón acudió a Gabaón para ofrecer sacrificios. Aquella noche, el Señor se le apareció en sueños y le preguntó qué era lo que él deseaba. Salomón imploró la gracia de la sabiduría y de la inteligencia, a fin de poder administrar justicia. En aquella época la administración de la justicia incumbía al rey. Dios dio respuesta a esta oración. Poco después, Salomón emitió un juicio que se ha hecho célebre porque con ello descubrió quién era la verdadera madre de un recién nacido reclamado vehementemente por dos mujeres como propio (1 R. 3:2-28; 2 Cr. 1:3-12).

Unos veinte años después, durante una nueva aparición, Dios prometió a Salomón, de forma condicional, conservar el trono para su dinastía, y le hizo solemnes advertencias (1 R. 9:1-10; 2 Cr. 7:12-22). David había sometido a las naciones vecinas. Según los textos, Salomón sólo emprendió una campaña bélica, contra Hamat. La posesión de esta ciudad le permitió mantener la paz en el noreste de sus estados. Hadad, príncipe edomita, y Rezón, de Damasco, se opusieron a Salomón. Éste fortificó la ciudad de Hazor, sobre el alto Jordán, y edificó una fortaleza en el Líbano para pacificar a Damasco; también logró mantener seguro el camino que llevaba a Ezión-geber atravesando Edom. El rey Salomón mantuvo relaciones amistosas con numerosos soberanos; organizó su reino, y protegió las artes. David había amasado una gran cantidad de materiales con vistas a la construcción del Templo.

Salomón construyó el edificio en siete años. Hiram, rey de Tiro, le consiguió materiales y artesanos (1 R. 5:6). Salomón llevó a cabo una solemne dedicación del Templo (1 R. 7:13-8:66; 2 Cr. 2-7). Después se hizo edificar un palacio, cuya construcción duró trece años (1 R. 7:1-12). Fortificó numerosas ciudades y construyó otras en diversos puntos del país (1 R. 9:17-19; 2 Cr. 8:4-6). Salomón administró sus estados con mucha sabiduría. Se rodeó de funcionarios competentes, con el nieto del sumo sacerdote como jefe de ellos (1 R. 4:2-6). Mantuvo un ejército poderoso; dividió el reino en doce distritos. Independientemente de los antiguos límites de las tribus, lo que facilitó su administración (1 R. 4:7-19).

El soberano se cuidó asimismo del mantenimiento del culto a Jehová, pronunciando la oración de dedicación del Templo e invocando la bendición divina sobre el pueblo. La expansión comercial enriqueció al reino (1 R. 10:14-29; 2 Cr. 9:13-27). Venían mercancías de Ofir y de la India, de donde las traían los siervos de Salomón (1 R. 10:22, 23; 2 Cr. 9:10-22). El rey hizo construir ciudades de almacenamiento, entre otras Palmira, en el desierto, a mitad de camino entre Damasco y el Éufrates. Salomón se interesó por las letras y por las ciencias, y «disertó sobre los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que nace en la pared. Asimismo disertó sobre los animales, sobre las aves, sobre los reptiles y sobre los peces» (1 R. 4:33). Además, recogió y compuso numerosos proverbios.

Los Sal. 72 y 127 le son atribuidos en el encabezamiento. La magnificencia de su corte, de su mesa, del lujo del que se rodeaba en sus desplazamientos, se correspondía con sus ingresos e importancia política (1 R. 10:4, 5, 21). Acudían muchos de lejos para oír sus dichos llenos de sabiduría (1 R. 4:34; 10:23-25). La misma reina de Sabá acudió a Jerusalén para plantear al rey difíciles cuestiones (1 R. 10:1-13). Pero Salomón no fue obediente a las instrucciones divinas. Tuvo un harén de algo más de mil mujeres. Muchas de ellas eran princesas, entregadas al rey de Israel como prendas de pactos políticos.

Salomón se dejó persuadir por estas extranjeras idólatras para erigir santuarios a sus dioses (1 R. 11:1-8). El Señor castigó la apostasía del soberano no dejando a su dinastía más que una pequeña fracción del reino (1 R. 11:9-13). El profeta Ahías, de Silo, anunció a Jeroboam, funcionario de Salomón, que Dios le daría diez tribus (1 R. 11:28-29), pero no las obtendría antes de la accesión de Roboam. Salomón pecó también por su lujo y ostentación, que costeó imponiendo pesadas cargas fiscales sobre sus súbditos. Estas exacciones quebrantaron la confianza de los israelitas en su rey y vinieron a ser posteriormente causa de rebeliones.

Salomón reinó 40 años, muriendo alrededor del año 931 a.C. Los acontecimientos de este periodo fueron consignados en las siguientes obras: Libro de los hechos de Salomón, Libro del profeta Natán, Profecía de Ahías silonita y  Profecía del vidente Iddo (1 R. 11:41-43; 2 Cr. 9:29-31)   Arqueología Los descubrimientos arqueológicos muestran una estrecha concordancia y arrojan buena luz sobre una multitud de detalles referentes a los textos bíblicos acerca de Salomón, en tanto que las teorías meramente especulativas del pasado, sin ninguna base en evidencias independientes, sino basadas en una serie de «a prioris» de «evolución histórica», tenían una fuerte tendencia a restar crédito a la descripción del poder y de la gloria de este rey que aparecen en 1 R. 3 a 11 (cfr. además Mt. 6:29; 12:42; Lc. 11:31).

Entre otros aspectos tocados por los descubrimientos arqueológicos se pueden considerar: (a) El reino de Salomón. Frente a las posturas que afirmaban que los reinos de David y Salomón se limitaban estrictamente a Palestina, debido a que no hubiera podido existir un reino con las extensas fronteras que se le afirman ante los poderes mundiales de Egipto, Asiria y Babilonia, se puede constatar que estos imperios no ejercían poder en aquella época.

(A) Egipto se había sacudido hacía poco del dominio de los hicsos, y se estaba recuperando. Asiria estuvo carente de un caudillaje capaz entre Tiglat-pileser I (muerto alrededor del año 1076 a.C.) y la accesión de Assurbanipal II (alrededor del año 880 a.C.). Babilonia vegetaba entonces, y el imperio hitita había sido aplastado por Asiria en el año 1110 a.C., habiendo quedado sólo algunas ciudades libres.

(b) La gran prosperidad de Salomón había sido también puesta en tela de juicio. Sin embargo, se reconoce en la actualidad que en la época de Salomón se daban todas las condiciones comerciales y políticas necesarias para ello. Se ha podido constatar por medios arqueológicos que en la época de Salomón había un intenso tráfico de caravanas entre el sur de Arabia y Mesopotamia. De esta manera, Salomón, que dominaba el estratégico enlace palestinense, y sin ningún poder que le pudiera disputar el dominio, pudo ejercer un monopolio sobre las caravanas que circulaban por esta vía de comunicación.

Con el control de las rutas que canalizaban el comercio entre los diversos puntos del mundo antiguo, el soberano israelita no podía dejar de tener abundantes ingresos en base a los impuestos sobre «los mercaderes, y lo de la contratación de las especias, y lo de todos los reyes de Arabia, y de los principales de la tierra», con la gran cantidad de productos que atravesaban sus territorios (1 R. 10:15).

(c) Las minas de cobre descubrieron el puerto de Ezión-geber y una gran fundición de cobre. Nelson Glueck afirma de ello que Salomón fue «el primero en hacer de la industria minera del Wadi Arabah una empresa verdaderamente nacional» («The Other Side of the Jordan», 1951, p. 98).

(d) Las fortificaciones, los caballos y los carros. Además de mantener un activo intercambio comercial con las naciones vecinas (1 R. 10:28-29), Salomón invirtió grandes recursos en el mantenimiento de un ejército poderoso (1 R. 4:26). Ciudades militares importantes fueron Hazor, Meguido y Gezer, que estaban provistas de las necesarias instalaciones logísticas para resistir y detener potentes ataques, así como para almacenar provisiones y acantonar tropas de caballería.

(e) La visita de la reina de Sabá (1 R. 10:1-13) ha sido considerada por algunos críticos como una mera ficción. Se mantiene que no existe ninguna prueba de la existencia personal de la reina.

No obstante, Velikovsky («Ages in Chaos», Doubleday, 1952) demuestra, sin dejar lugar a ninguna duda: (A) que la ausencia de identificación se debe a un desfase en la cronología convencional de Egipto de 600 años, debido a unas identificaciones erróneas en el inicio de la egiptología; (B) señala Velikovsky que Josefo (Ant. 8:6, 5) afirma que esta mujer era «reina de Egipto y Etiopía»; (C) en base a la cronología revisada, llevando a una estrecha correspondencia los relatos de los monumentos y la Biblia, la reina Hatsepsut fue contemporánea de Salomón; (D) Hatsepsut afirma en sus crónicas que visitó la tierra «de Punt»; (E) Punt se hallaba, según las inscripciones egipcias, al este de Egipto, y allí había un río que corría hacia el sur (evidentemente el Jordán); además, «Punt» recibe también el nombre de «tierra de Dios».

Éstas y muchas otras razones, basadas en el estudio de los hallazgos arqueológicos de Egipto referentes a la reina Hatsepsut y a su viaje a la tierra de Punt, y una cuidada consideración de la estructura cronológica de la historia de Egipto, llevan a la identificación de «la reina de Sabá» con «la reina de Egipto y Etiopía» mencionada por Josefo, no otra que la célebre Hatsepsut. En la ya citada obra de Velikovsky se da una copiosa documentación y un tratamiento exhaustivo de todo este tema.


CASTIGO ETERNO| La Pena de la Eterna Perdición.


CASTIGO ETERNO| La Pena de la Eterna Perdición.


Esta expresión designa la suerte reservada a los no arrepentidos en el mundo venidero (Mt. 25:46). Un término más usado es «infierno» (del lat.: «inferior»); este término aparece en la versión Reina-Valera como traducción de «gehena». Infierno está inspirado en Ef. 4:9 (Cristo descendió a las partes más bajas de la tierra, esto es, la morada de los muertos).

No tenía en principio el sentido que se le da comúnmente, y que lo restringe al lugar de tormento, sino que tenía un significado equivalente a «Seol».

(a) DESCRIPCIÓN.

¿Dónde hallamos una descripción bíblica del castigo eterno? Entre muchos otros se pueden citar:

La vergüenza y confusión perpetua (Dn. 12:2);

El fuego de la «gehena» (Mt. 18:9);

El fuego que no puede ser apagado (Mr. 9:43);

El horno de fuego (Mt. 13:41-42);

El lugar de lloro y del crujir de dientes (Mt. 22:13);

Las tinieblas de afuera (Mt. 8:12);

El castigo del fuego eterno (Jud. 7);

El lago de fuego (Ap. 20:15), etc.

De todas estas expresiones se ve que el castigo eterno es una horrenda realidad. Cierto es que se emplean imágenes: fuego, tinieblas, gusanos, llanto, crujir de dientes, etc. Las Escrituras nos hablan en un lenguaje humano para damos una idea del mundo venidero; pero la descripción que hallamos en ellas es totalmente distinta de las grotescas representaciones de la Edad Media.

La idea que domina a todos estos textos es que el castigo eterno consiste en la separación de Dios, con todas sus consecuencias: «Los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder.» Sin embargo, con respecto a las consecuencias de esta exclusión, se tiene que recordar que el castigo eterno caerá sobre la persona completa.

Los impíos sufrirán la pena del castigo eterno después de la resurrección de sus cuerpos, por lo que es erróneo insistir excesivamente en que las imágenes anteriores son meros símbolos. Y se tiene que recordar también que las imágenes, símbolos, etc., se usan para expresar una realidad más plena, no menos, que la que tienen los símbolos mismos. Es evidente que las penas del alma serán espirituales; pero no es menos cierto que los impíos resucitados recibirán un castigo que, adecuado a su medida de responsabilidad, recaerá sobre la plenitud de su ser (Mt. 10:28). ¿Qué es la gehena? Este término es la transcripción del término heb. «gé-Hinon», lugar maldito donde ciertos israelitas y sus reyes infieles habían quemado vivos a sus hijos e hijas en honor de Moloc (2 R. 23:10). Parece que en época de Cristo se quemaban allí las basuras de Jerusalén.

Jesús empleó el término de «gehena» para hablar del fuego del infierno, de la manera que las Escrituras usan en el mismo sentido los términos de horno, de tinieblas, de azufre.  

(b) SUFRIMIENTO.

El sufrimiento del infierno. Los textos bíblicos insisten mucho sobre la ignominia, el tormento, el llanto, el crujir de dientes, la tribulación, la angustia, el sufrimiento que sufren los réprobos (Dn. 12:2; Lc. 16:23-24; Mt. 13:42; Ro. 2:8-9; Jud. 7).

Y el apóstol Juan añade: «Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche... y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (Ap. 14:10-11; 20:10). ¿Cómo se pueden imaginar tales sufrimientos, y especialmente cómo se pueden conciliar con la concepción de un Dios de amor? Señalemos en primer lugar que la perdición será provocada precisamente por el rechazo del amor de Dios; por otra parte el Señor no habrá de hacer nada para atormentar a los que no quisieron Su salvación, a excepción de alejarlos de Sí (Mt. 25:41). ¿Acaso no dijo una vez a los israelitas que, por su incredulidad, habían rehusado entrar en la Tierra Prometida: «Y conoceréis lo que es estar privados de mi presencia»? (Nm. 14:34, Keil-Delitzsch).  

(c) CUANTÍA.

El castigo será proporcional a la responsabilidad individual de cada cual. Dios no es injusto, y cada uno de los impíos será juzgado exactamente según sus obras (Ap. 20:12-13; Ec. 12:1, 16; Mt. 12:36; Ro. 2:16; Jud. 14-15). La responsabilidad de los culpables será evaluada según la luz recibida, y los que han pecado sin la ley, sin la ley perecerán (Ro. 2:12). Las ciudades que rechazaron las enseñanzas de Cristo serán juzgadas con mucha mayor severidad que Sodoma y Gomorra (Mt. 10:14-15; 11:20-24). Unos serán azotados con pocos azotes, otros con muchos azotes (Lc. 12:47-48); de la misma manera que en el cielo habrá recompensas proporcionadas a la obra de cada uno (1 Co. 3:8).  

(d) DURACIÓN.

La duración del infierno. La Biblia asigna al castigo de los impíos una duración eterna. En heb., como en gr., se emplean los mismos términos para designar la vida eterna y el tormento eterno (Dn. 12:2; Mt. 25:46). Se trata de un fuego que no se puede apagar, de un gusano que no muere (Mt. 3:12; Mr. 9:48). Ver también en otros pasajes el uso del término eterno, en gr. «aionios» (Mr. 3:29; 2 Ts. 1:9; He. 6:2; Jud. 6, 7, 13). Este término aparece 71 veces en el NT. Hay algunos que piensan que solamente significa «de gran duración, en relación con el siglo (aion) venidero».

Ahora bien, en 64 ocasiones eterno se aplica a las gloriosas realidades sin fin del otro mundo: Dios, el Espíritu, el Evangelio, la salvación, la redención, la herencia, la gloria, el reino, la vida eterna, etc. Y esta misma palabra se aplica 7 veces a la perdición. ¿No debe por ello significar asimismo una realidad sin fin? Hemos visto que en Apocalipsis se afirma que el tormento se prolonga «por los siglos de los siglos» (Ap. 14:11; 19:3; 20:10). Y también en el mismo libro este término califica 10 veces la duración de la existencia de Dios, de Su gloria, reino, y del reino de los elegidos en el cielo (Ap. 1:6, 18; 11:15; 22:5, etc.).

Ante tales declaraciones, quedamos profundamente afligidos. Además, no es posible dudar de la sabiduría, del amor, y de la justicia de Dios. Un día, en Su presencia, comprenderemos: «El juicio será vuelto a la justicia, y en pos de ella irán todos los rectos de corazón» (Sal. 94:15).  

(e) ANIQUILACIÓN.

¿No serán aniquilados los impíos en el mundo venidero? No es esto lo que muestran las Escrituras, por cuanto su tormento no tiene fin. Sin embargo, los partidarios del «condicionalismo» afirman que, como Dios, «es el único que tiene inmortalidad» (1 Ti. 6:16).

Él solamente la concede a aquellos que creen; a falta de lo cual dejarían de existir. Ahora bien, es cierto que sólo el Señor puede decir: «Yo soy la vida» y que conocerle a Él es la vida eterna (Jn. 14:6; 17:3); esta vida verdadera sólo es comunicada al creyente (Jn. 3:36; 1 Jn. 5:12).

Pero la Biblia enseña que la muerte espiritual, bien lejos de ser la ausencia de existencia, es la separación de Dios, y la privación de la única verdadera felicidad. Adán y Eva fueron excluidos del Edén después de su caída en base a Gn. 2:17; el hijo pródigo estaba «muerto» en su alejamiento de su Padre (Lc. 15:24 cp 1 Ti. 5:6); los efesios lo habían estado en sus delitos y pecados (Ef 2:1,5). En cuanto a la muerte segunda que sigue al Juicio Final no es la aniquilación sino el lago de fuego, lugar de tormento eterno (Ap. 20:10; 21:8; 14:10-11).  

(f) TODOS SALVOS.

¿No serán todos salvados un día? Los universalistas insisten en las palabras «todos» en los siguientes textos: «Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados... para que Dios sea todo en todos» (1 Co. 15:22, 28; cp. Fil. 2:10-11; Ro. 11:32; Col. 1:20). Dicen ellos que el triunfo de Cristo no sería completo si tan sólo una criatura escapara de Su amor; un día, prosiguen, todos los pecadores, y el mismo diablo, serán salvos, después de haber sido purificados por el fuego del infierno (Stróter).

Los textos bíblicos dicen algo muy distinto. Pablo dice: «En Cristo todos serán vivificados... los que son de Cristo en Su venida» (1 Co. 15:23). En Cristo es la palabra clave. Los que están en Cristo son los creyentes (Ro. 6:5-11, 23; 8:1; cp. Ef. 2:10; Col. 3:11). Es evidente que se está hablando de todos los creyentes. Toda rodilla se doblará un día ante el Señor; esto es, todos, incluyendo Sus enemigos, se le someterán. Por otra parte, si los sufrimientos de un fuego purificador salvara las almas de los que han rechazado el evangelio aquí y ahora, su redención no tendría lugar por la sangre de Cristo. Y frente a esto cp. Sal. 49:8.  

(g) PURGATORIO.

Doctrina católico romana del Purgatorio. El Purgatorio es una ficción del catolicismo romano. Todos los pasajes bíblicos que tratan del más allá no presentan más que dos destinos: el cielo y el infierno, el camino ancho de la perdición y la puerta estrecha de la vida (Mt. 7:13, 14), la cizaña arrojada al horno y el trigo metido en el granero celeste (Mt. 13:41-43, 49, 50), las vírgenes insensatas son dejadas afuera y las prudentes reciben entrada (Mt. 25:10, 11), el servidor infiel es echado a las tinieblas de fuera y el siervo fiel entra en el gozo de su señor (Mt. 13:21, 30), los malditos van al fuego al castigo eterno, los benditos a la vida eterna (Mt. 13:33-46), el rico malvado va a los tormentos sin poder de recibir ayuda alguna; y Lázaro va al seno de Abraham (Lc. 16:22-23); hay la resurrección para vergüenza y condenación eterna, otra para vida eterna (Dn. 12:2; Jn. 5:29); los impíos son arrojados al lago de fuego y de azufre, y los elegidos entran en la Jerusalén celestial (Ap. 21:1-4, 8).

Cristo murió diciendo: «¡Consumado es!» (Jn. 19:30). El hombre es justificado «gratuitamente por Su gracia. ... por la fe sin las obras» (Ro. 3:23, 28). No es, pues, el sufrimiento en un «purgatorio» lo que expía el pecado ya abolido por la cruz (He. 9:26; 10:10, 17-18), y de los que solamente la sangre de Cristo nos purifica enteramente (1 Jn. 1:7, 9).  

(h) CÓMO ESCAPAR.

Cómo escapar al infierno. Siendo que es tan horrendo el castigo en el mundo venidero, nuestro principal interés debiera ser evitarlo a todo precio. Este es también el deseo de Dios para nosotros, y la condición que ha puesto para ello es de lo más simple. Él ha dado a Su Hijo unigénito, a fin de que todo aquel que crea en Él no se pierda (Jn. 3:16). Todo el que oye Su palabra y cree... tiene la vida eterna y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida (Jn. 5:24). «El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente» (Ap. 22:17). En suma, van al infierno los que así lo quieren, y van al cielo los que quieren.

Un día, Cristo lloró sobre Jerusalén diciendo: «¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!» (Mt. 23:37).
Que sea de manera que jamás nos haga a nosotros tal reproche.  

Bibliografía.

Anderson, Sir Robert: Human Destiny (Pickering and Inglis), Londres s/f;
Darby, J. N.: «On Everlasting Punishment», The Bible Treasury, Dic. 1868;
Lacueva, F.: Escatología II (Clie, Terrassa, 1983);
Pache,R.: L'Au-Delá (Éditions Emmaús, Suiza);
Pentecosts, J. D.: Eventos del Porvenir (Libertador, Maracaibo 1977).

CANON| La Vara que Sirva para Medir


CANON| La Vara que Sirva para Medir



(Caña, regla). Este término tiene diversos sentidos:

(A) Cualquier regla o vara que sirva para medir (p. ej., el nivel de un albañil).
(B) En sentido figurado, modelo que permite fijar las normas, especialmente de los libros clásicos; guía, norma (Gá. 6:16; Fil. 3:16).
(C) Doctrina cristiana ortodoxa, en contraste con la heterodoxia.
(D) Las Escrituras consideradas como norma de fe y de conducta. El término canon procede del griego. Los Padres de la Iglesia fueron los primeros que emplearon esa palabra en el 4º sentido, pero la idea representada es muy antigua. Un libro que tiene derecho a estar incluido dentro de la Biblia recibe el nombre de «canónico»; uno que no posea este derecho es dicho «no canónico»; el derecho a quedar admitido dentro de la Escritura es la «canonicidad».
(E) El canon es también la lista normativa de libros inspirados y recibidos de parte de Dios. Cuando hablamos del canon del AT o del NT, hablamos en este sentido.  

1. CANON DEL ANTIGUO TESTAMENTO Los documentos literarios con autoridad en Israel se multiplicaron poco a poco, y fueron celosamente conservados. Tenemos ejemplos de esta redacción de los libros santos.

La ley fundamental de los 10 mandamientos escritos sobre tablas de piedra fue depositada dentro del arca (Éx. 40:20). Estos estatutos figuran en el libro del pacto (Éx. 20:23-23:33; 24:7). El libro de la Ley, redactado por Moisés, fue guardado al lado del arca (Dt. 31:24-26). Josué adjuntó lo que él había escrito (Jos. 24:26). Samuel consignó el derecho de los reyes en un libro que puso ante el Señor (1 S. 10:25). Bajo Josías se encontró, durante las obras de restauración del templo, el libro de la Ley de Jehová.

El rey, los sacerdotes, los profetas y el pueblo reconocieron su autoridad y antigüedad (2 R. 22:8-20); se hicieron copias de esta ley según la orden dada ya en Dt. 17:18-20. Los profetas dejaron escritas sus propias palabras (p. ej., Jer. 36:32), tomaban nota recíproca, y las citaban como autoridades (Esd. 2:2-4; cp. Mi. 4:1-3). Se reconocía la autoridad de la ley y de las palabras de los profetas, escritos inspirados por el Espíritu de Dios, y celosamente preservados por Jehová (Zac. 1:4; 7:7, 12).

En los tiempos de Esdras, la Ley de Moisés, que comprendía los 5 libros de Moisés circulaba bajo la forma de parte de las Sagradas Escrituras, Esdras poseía una copia (Esd. 7:14), y era un escriba erudito en la ley divina (Esd. 7:6). El pueblo le pidió una lectura pública de este libro (Neh. 8:1, 5, 8). Por aquella misma época, antes de consumarse la separación entre los judíos y los samaritanos, el Pentateuco fue llevado a Samaria. Jesús Ben Sirach da testimonio de que la disposición de los profetas menores en un grupo de 12 estaba ya implantada hacia el año 200 a.C. (Ecl. 49:12).

En otro pasaje sugiere que Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Isaías, Jeremías, Ezequiel y los Doce formaban un gran conjunto, que constituía la segunda parte del canon hebreo. Ya en el año 132 a.C. se afirma la existencia de la triple división de las Escrituras: «La ley, los profetas, y los otros escritos análogos»; o también «la ley, los profetas, y los otros libros», o «la ley, las profecías, y el resto de libros». Ya en la misma época se disponía de la versión griega LXX. Un escrito que data de alrededor del 100 a.C. menciona «los libros sagrados que poseemos» (1 Mac. 12:9).

Filón de Alejandría (un judío nacido en el año 20 a.C., y que murió durante el reinado de Claudio) tenía la lista contemporánea de los escritos del AT. Dio citas de casi todos los libros del AT, pero no menciona ni uno de los apócrifos. El NT habla de las «Escrituras» como un cuerpo bien determinado de documentos autorizados (Mt. 21:42; 26:56; Mr. 14:49; Jn. 10:35; 2 Ti. 3:16). Son Escrituras Santas (Ro. 1:2; 2 Ti. 3:15). Constituyen los oráculos de Dios (Ro. 3:2; He. 5:12; 1 P. 4:11). El NT menciona una triple división del AT: «La ley de Moisés, los Profetas, y los Salmos» (Lc. 24:44). A excepción de Abdías, Nahum, Esdras, Nehemías, Ester, Cantar de los Cantares y Eclesiastés, el NT da citas de todos los otros libros del AT, o hace alusión a ellos.

Josefo, contemporáneo del apóstol Pablo, escribiendo hacia el año 100 de nuestra era, y hablando en favor de su nación, dice: «No tenemos más que 22 libros que contienen los relatos de toda la historia antigua, y que son justamente considerados como divinos.» Josefo afirma de una manera bien enérgica la autoridad de estos escritos: Todos los acontecimientos desde la época de Artajerjes hasta nuestros días han sido consignados, pero los anales recientes no gozan del crédito de los precedentes debido a que no ha existido una línea ininterrumpida de profetas.

He aquí una prueba positiva acerca de nuestra actitud con respecto a las Escrituras: Después de muchos siglos, nadie se ha atrevido a añadir ni a quitar nada, ni a modificar el contenido, ya que para todos los judíos ha venido a ser cosa natural, desde su más temprana juventud, el creer que estos libros contienen enseñanzas divinas, el persistir en ellas y, si ello es necesario, morir voluntariamente por ellas (Contra Apión, 1:8).  

Josefo divide las Escrituras en tres secciones, y dice:

(A) «5 libros son de Moisés; contienen sus leyes y las enseñanzas acerca del origen de la humanidad; tienen su conclusión con la muerte de Moisés.» 

(B) «Los profetas que vinieron después de Moisés consignaron en 13 libros, hasta Artajerjes, los acontecimientos de sus tiempos.» Es indudable que Josefo seguía la disposición de la LXX y la nomenclatura de los alejandrinos.

Los 13 libros son probablemente Josué, Jueces con Rut, Samuel, los Reyes, las Crónicas, Esdras con Nehemías, Ester, Job, Daniel, Isaías, Jeremías con las Lamentaciones, Ezequiel, y los Doce Profetas Menores.

(C) «Los cuatro libros restantes contienen himnos a Dios, y preceptos de conducta.» Éstos eran seguramente los Salmos, el Cantar de los Cantares, los Proverbios y el Eclesiastés. Hasta aquí los hechos. Pero una tradición contemporánea decía también que el canon había estado establecido en tiempos de Esdras y de Nehemías. Josefo, ya citado, expresa la convicción general de sus compatriotas: después de Artajerjes, esto es, a partir de la época de Esdras y Nehemías, no se había añadido ningún libro.

Una ridícula leyenda, que data de la segunda parte del siglo I de la era cristiana, afirmaba que Esdras restableció por revelación toda la ley e incluso todo el AT (ver el libro apócrifo 4 Esdras. 14:21, 22, 40), debido a que, se afirma, habían desaparecido todas las copias guardadas en el templo. En todo caso, lo que esta leyenda apoya es que los judíos de Palestina, en esta época, contaban con 24 libros canónicos (24 + 70 = 94). Un escrito de fecha y autenticidad dudosas, redactado posiblemente alrededor del 100 a.C. (2 Mac. 2:13) habla de Nehemías como fundador de una biblioteca, donde hubiera recogido «los libros de los reyes, y de los profetas, y de David; y las cartas de las donaciones de los reyes (de Persia)».

Ireneo menciona otra tradición: «Después de la destrucción de los escritos sagrados, durante el exilio, bajo Nabucodonosor, cuando los judíos, 70 años más tarde, habían vuelto a su país, en los días de Artajerjes, Dios inspiró a Esdras, el sacerdote, que pusiera en orden todas las palabras de los profetas que habían sido antes que él, y que restituyera al pueblo la legislación de Moisés.» Elías Levita, escribiendo en el año 1538 d.C., expresa de esta manera la opinión de los suyos: «En la época de Esdras, los 24 libros no habían sido todavía reunidos en un solo volumen. Esdras y sus compañeros los recopilaron en 3 partes: La ley, los profetas, y los hagiógrafos.» Esta multiforme tradición contiene una parte de verdad.

Hubo un momento en que cesó la revelación del AT. La tradición fija este tiempo en la época de Esdras, pero no está necesariamente atado a ella para el establecimiento de la fecha de redacción de ciertos libros, p. ej., de, Nehemías y de las Crónicas, Así, es también interesante considerar el final de la inspiración del AT, así como su comienzo.

(A) El Pentateuco, obra de Moisés, da la ley fundamental de la nación, constituyendo una sección del canon: era conveniente, a causa de su situación cronológica y fundacional, que ocupara el primer lugar en el canon.

(B) Los Profetas eran los autores de los libros asignados a la 2ª sección: así lo indicaban su cantidad y carácter. Eran 8 estos libros: los Profetas anteriores, Josué, Jueces, Samuel y Reyes; los Profetas posteriores: Isaías, Jeremías, Ezequiel, y los Doce. En cuanto a Josué considerado como profeta de Dios, cp. Ec. 46:1.

(C) Los Salmos y Proverbios constituyen el núcleo de la 3ª sección. Estos escritos tenían 2 características: se trataba de poesía cuyos autores no eran profetas en el sentido absoluto de la palabra; a los libros de esta 3ª sección se adjuntaron todos los escritos análogos de autoridad indiscutida. Debido a que había sido escrita en forma poética, se incluyó en esta sección la oración de Moisés, el Salmo 90, aunque había sido escrita por un profeta. De la misma manera, Lamentaciones, que había sido redactado por un profeta, pero obra poética, fue situado en la 3ª sección del canon hebreo.

Hay otra razón que explica que Lamentaciones fuera separado del libro de Jeremías. Durante el aniversario de la destrucción de los 2 templos, se leía el libro de Lamentaciones; a esto se debe que fuera incluido con 4 libros de pequeñas dimensiones: El Cantar de los Cantares Rut, Eclesiastés y Ester, leídos en otros cuatro aniversarios. Constituyen los cinco rollos denominados Megilloth.

El libro de Daniel fue situado en esta sección debido a que su autor, aunque dotado del don de profecía, no tenía una misión de profeta. Es muy probable que un sacerdote, y no un profeta, escribiera el libro de las Crónicas. Por ello es que sería situado en la 3ª sección. No es por el simple hecho de su tardía redacción que se explica la colocación de Crónicas en esta tercera sección. En efecto, hay libros y secciones de libros de esta tercera sección que datan de fechas anteriores a Zacarías y Malaquías, pertenecientes a la segunda sección.

Es preciso añadir que en tanto que se había determinado de una manera definitiva el contenido de las diferentes partes del canon, el orden de los libros de la 3ª sección varía con el tiempo. El Talmud dice además que dentro de la segunda sección, Isaías se encuentra entre Ezequiel y los Profetas Menores. Los cuatro libros proféticos, Jeremías, Ezequiel, Isaías, y los Profetas Menores fueron evidentemente colocados por orden de tamaño. Al final del siglo I de nuestra era se discutía aún el lugar dentro del canon de varios libros de la 3ª sección.

No era asunto de discusión que estos libros formaran parte del canon; lo que se discutía era la relación que tenían entre sí; pero es probable que estos debates no sirvieran para otra cosa que para exhibiciones de oratoria. La intención no era en absoluto la de sacar ningún libro del canon, sino la de demostrar el derecho al lugar que ya ocupaba.  

2. CANON DEL NUEVO TESTAMENTO La iglesia primitiva recibió de los judíos la creencia en una norma escrita con respecto a la fe. Cristo mismo confirmó esta creencia al invocar el AT como palabra escrita de Dios (Jn. 5 37-47; Mt. 5:17, 18; Mr. 12:36, 37; Lc. 16:31), al emplearlo para instruir a Sus discípulos (Lc. 24:45). Los apóstoles se refieren frecuentemente a la autoridad del AT (Ro. 3:2, 21; 1 Co. 4:6; Ro. 15:4; 2 Ti. 3:15-17; 2 P. 1:21). Los apóstoles reclamaron a continuación, para sus propias enseñanzas, orales y escritas, la misma autoridad que la del AT (1 Co. 2:7-13; 14:37; 1 Ts. 2:13; Ap. 1:3); ordenaron la lectura pública de sus epístolas (1 Ts. 5:27; Col. 4:16, 17; 2 Ts. 2:15; 2 P. 1:15, 3:1, 2), las revelaciones dadas a la iglesia por medio de los profetas eran consideradas como constitutivas, con la enseñanza de los apóstoles, de la base de la iglesia (Ef. 2:20).

Así, era justo y normal que la literatura del NT fuera añadida a la del AT, y que el canon de la fe establecido hasta aquel entonces se viera aumentado. El NT mismo nos permite señalar el inicio de estas adiciones (1 Ti. 5:18; 2 P. 3:1, 2, 16). En las generaciones posteriores a la apostólica, se fueron reuniendo poco a poco los escritos que se sabía tenían autoridad apostólica llegando a formar la segunda mitad del canon de la Iglesia, y al final llegaron a recibir el nombre del Nuevo Testamento. Desde el comienzo, la apostolicidad constituía la prueba de que un libro tenía derecho a figurar dentro del canon; ello significa que los apóstoles habían ratificado su transmisión a la iglesia, siendo que el libro había sido escrito por uno de ellos, o que estaba cubierto por su autoridad.

Era la doctrina apostólica. Tenemos numerosas pruebas de que a lo largo de los siglos II y III se fueron reuniendo bajo este principio los libros del NT; no obstante, por diversas razones, la formación del conjunto fue haciéndose lentamente. Al principio algunas iglesias solamente reconocieron la autenticidad de ciertos libros. No fue sino hasta que el conjunto de los creyentes del imperio romano tomó conciencia de su unidad eclesial que se admitió universalmente la totalidad de los libros reconocidos como apostólicos dentro de las diversas fracciones de la Iglesia.

El proceso de reunión de libros no fue precisamente estimulado por el surgimiento, posterior, de herejías y de escritos apócrifos que se atribuían falsamente la autoridad apostólica. Pero, en tanto que la coordinación entre las iglesias era lenta, no importaba que una iglesia no admitiera un libro en el canon, a no ser que lo considerara apostólico. La doctrina de los apóstoles era la norma de la fe. Eran sus libros los que se leían en el culto público. Descubrimos que al principio del siglo II se les llamaba, sin reservas de ningún tipo, «las Escrituras» (Ep. de Policarpo 12; Ep. de Bernabé 4); se admitían los escritos de Marcos y de Lucas porque estaban apoyados por la autoridad de Pedro y de Pablo; se escribían comentarios acerca de estos libros, cuyas afirmaciones y fraseología conformaron la literatura de la época posterior a la apostólica. Los hechos posteriores, dignos de toda atención, muestran a qué ritmo se fue formando la colección de libros como un todo.

Desde el principio del siglo II los 4 Evangelios habían sido recibidos por todos, en tanto que, según 2 P. 3:16 los lectores de esta epístola conocían ya una colección de cartas de Pablo. Ya entonces se empleaban los términos «Evangelios» y «Apóstoles» para designar las dos secciones de la nueva colección.

Asimismo, la canonicidad de Hechos ya estaba reconocida dentro de la primera mitad del siglo II. Es verdad que ciertas secciones de la Iglesia discutieron algunos libros, pero ello también muestra que su final admisión en el canon estuvo basada en pruebas suficientes. La iglesia en Siria, en el siglo II, había admitido todo el Nuevo Testamento, como lo tenemos ahora, a excepción del Apocalipsis, la 2ª epístola de Pedro, las 2ª y 3ª de Juan. La iglesia de Roma reconocía el NT a excepción de la epístola a los Hebreos, las epístolas de Pedro, Santiago, y la 3ª de Juan. La iglesia en el norte de África reconocía también todo el NT, a excepción de Hebreos, 2. Pedro, y quizá Santiago.

Estas colecciones no contenían así más que los libros oficialmente aceptados dentro de las respectivas iglesias, lo cual no demuestra que los otros escritos apostólicos no fueran conocidos. Por lo demás, se llegó a la unanimidad durante el siglo III con algunas excepciones. En la época de los Concilios quedó adoptado universalmente el canon de nuestro NT actual. En el siglo IV 10 Padres de la Iglesia y 2 concilios dieron listas de libros canónicos. Tres de estas listas omiten el Apocalipsis, cuya autenticidad había quedado sin embargo bien atestiguada anteriormente.

El NT de las demás listas tiene el contenido del actual. Señalemos, a la luz de estos hechos:

1) A pesar de la lenta coordinación de los escritos del NT en un solo volumen, la creencia en una norma escrita de la fe era el patrimonio de la iglesia primitiva y de los apóstoles. No implica a causa de la historia de la formación del canon que se haya revestido de autoridad a una regla escrita de la fe. Esta historia no revela más que las etapas que tuvieron lugar en el reconocimiento y reunión de los libros que evidenciaban su pertenencia al canon. 

2) Tanto los Padres como las iglesias diferían en sus opiniones y prácticas en cuanto a la elección de los libros canónicos y en cuanto al grado de autenticidad que justificaba la entrada de un escrito en el canon. Este hecho tan sólo subraya, nuevamente, las etapas por las que se tuvo que pasar para hacer admitir poco a poco a la iglesia entera la canonicidad de los libros. Es también evidente que los cristianos de la iglesia primitiva no aceptaron el carácter apostólico de los libros sino después de haberlos examinado con detenimiento. De la misma manera, se revisó oportunamente la aceptación ocasional de libros apócrifos o pseudoepigráficos.

3) El testimonio de la historia nos da así una prueba de que los 27 libros del NT son apostólicos. Esta convicción merece nuestra gozosa participación sabiendo que nadie puede probar que sea falsa. Con todo, está claro que no admitimos estos 27 libros meramente porque unos Concilios hayan decretado su canonicidad, ni sólo porque tengamos a su favor el testimonio de la historia. Su contenido, visiblemente inspirado por Dios, contiene una prueba interna a la que es sensible nuestra alma, al recibir de Él la iluminación y la convicción. Por el testimonio interno del Espíritu, tan caro a los Reformadores, recibe la firme certeza de la fe. Sabe, con la iglesia apostólica y de los siglos ya idos, que Dios ha obrado un doble milagro al darnos Su revelación escrita. Inspiró toda la Escritura y a cada uno de sus redactores sagrados (2 Ti. 3:16).

Además, dio a la iglesia primitiva el discernimiento sobrenatural que necesitaba para reconocer los escritos apostólicos, y descartar todas las imitaciones, fraudes y engaños, así como escritos buenos y edificantes, pero no apostólicos ni inspirados. Esta obra se llevó a cabo con lentitud, con titubeos y retrasos, pero conduciéndola Dios a la perfección y a la unanimidad. Actualmente, el canon de las Escrituras está cerrado, y la Biblia declara que nada se puede añadir ni quitar (Ap. 22:18-19).

4) Una última observación: el nombre «canon» no fue dado al conjunto de los libros sagrados antes del siglo IV. Pero si este término, tan universal en la actualidad, no fue empleado al principio, la idea que representa, esto es, que los libros sagrados son la norma de la fe, era ya una doctrina de los apóstoles.   La concepción de la formación del canon que aquí se expone está íntimamente unida a la fe evangélica, con la que concuerda la ciencia positiva, que nos hace aceptar los libros de la Biblia a causa de su inspiración divina, como ya de principio fuente de autoridad y parte integrante del canon.

Evidentemente, es muy diferente para los que rechazan la autenticidad y la veracidad de estos libros. Según los críticos hostiles a la Biblia, Moisés no escribió sus libros; las «profecías» (las de Daniel y de la última parte de Isaías, p. ej.) hubieran sido redactadas mucho tiempo después de la época de estos grandes hombres de Dios, posiblemente muy cerca de la época de Jesucristo.

Se comprende fácilmente que los partidarios de estas especulaciones abandonen las evidencias antiguas de la Iglesia y de la Sinagoga con respecto a la formación del canon. Y las especulaciones de los críticos hostiles a la Biblia no tienen más base que sus deseos de estar en lo cierto, en tanto que la historia de la formación del canon, tanto del Antiguo Testamento como la del Nuevo, reposa sobre unas bases firmes y fidedignas de autenticidad y realidad. Para un estudio acerca de cada libro, ver los artículos correspondientes a cada libro individual de la Biblia. (Véase también INSPIRACIÓN).

Los lectores que deseen profundizar en el estudio de este tema pueden consultar, entre otras obras, las siguientes:  

Bibliografía:

Bruce, F. F.: «¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento?» (Caribe, Miami 1972),
Bruce, F. F.: « The Books and the Parchments» (Pickering and Inglis, Londres 1975);
Dana, H. E.: «El Nuevo Testamento ante la crítica» (Casa Bautista de Publicaciones, El Paso 1965);
Grau, J.: «El Fundamento Apostólico» (Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona 1973);
McDowell, J.: «Evidencia que exige un veredicto» (Clie, Terrassa, 1988);
McDowell, J.: «More Evidence that Demands a Verdict» (Campus Crusade for Christ, San Bernardino, California 1975).

Véanse también: APOCALÍPTICA (Literatura), APÓCRIFOS (Libros)